lunes, 17 de octubre de 2011

Capítulo 7: Otro día

El tiempo pasa. Esa es una verdad absoluta. A veces creo estar rodeado de verdades absolutas. Verdades como huecos, espacios vacíos, silencios. El silencio tiene otro significado, ya se. La carencia, es siempre lo mismo. Me estoy volviendo aburrido. ¿Alguna vez va a dejar de ser tan rutinario extrañarla? Siento como si no quisiera arrancarme esta ausencia. Su ausencia es lo único que me queda, la silla vacía, la cama grande, la única taza de café. Y entre toda esa falta... Pero ¿Por qué no me deshago de la carencia? Estoy condenado. Soy un hombre triste, decidido a llorar hasta mi muerte. ¡Qué patético!
Ella sale, detrás del mostrador, con un café y unas medialunas. El pelo suelto, todavía largo, castaño, los ojos sonrientes. Diez años, y todavía ella sigue sonriendo, como esa vez en la cafetería, como la última vez que la vi. El café se debe haber enfriado, y las mesas deben estar estropeadas, pero ella sigue, inmaculada, con el fulgor del sol espejado en la bandeja.
Cada vez parece ser peor, en la calle, todas las espaldas son su espalda. ¿Qué quiere decir eso? Todas las mujeres en las que me fijo me dan la espalda. Es como si todo el género se volviera en mi contra. Y mis amigos me llaman. Nuestros amigos. ¿Cómo habrá sido la repartija? ¿Cuáles son los que me tocan a mi? Sean quienes sean, no puedo compartir con nadie esto. Porque es difícil de explicar que no puedo simplemente dejarla ir. Porque es difícil de explicar que cada marca de mi cuerpo le pertenece, cada nueva mancha, cada nueva arruga.
Pero ella sigue inmaculada. Tengo ganas de gritar mi nombre, necesito convencerme a mi mismo, que detrás de este cuerpo estoy yo. Necesito remover la cabeza del cuerpo, para así preguntarme ¿acaso nunca voy a olvidar? ¿acaso no me puedo enamorar de nuevo?
Pero cómo me voy a enamorar, si todo el género me da la espalda.

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