martes, 28 de septiembre de 2010

Cap 5: El tiempo compacto

¿Hasta cuándo uno tiene permitido sufrir las mismas heridas? No es que alguien venga un día y te exima del luto. O que uno pueda marcar en el calendario la fecha exacta en que se olvida una pena. Solo, se desvanece. Lenta y paulatinamente, como el humo que se eleva y se disipa. Uno debería estar capacitado para librarse de las convalecencias como se tira un diario viejo, o como se olvida un mal libro. Hay algo de todo lo que se vive que deja un residuo, después el resto son sólo fotos.
Ya hablé de las fotos, pero me gustaría destacar algo. Las fotos apiladas en el armario, como libros de historia, como viejas agendas. Tal vez, así lo veo por haber crecido ajeno al furor cibernético de hoy en día. Yo rebobinaba las películas después de verlas, daba vuelta cassettes, y sobre todo, tenía una agenda. Y las fotos, qué se puede decir de las fotos. Las fotos no son tan fáciles de borrar. Ocupan un lugar físico, existen. No se las puede eliminar, no. Las fotos transmutan, se degradan, se queman, cambian de estado, pero no desaparecen. Las fotos no emulan el recuerdo, las fotos son el recuerdo. Acá todo se vuelve confuso. ¿Hasta donde mi recuerdo es una reconstrucción de los hechos y no una reconstrucción de las fotos? ¿Al olvidar las fotos es posible quemar el recuerdo? ¿Cuanto menos fotos, más pequeño es el recuerdo?
Sobre esta última pregunta me quedo pensando. Creo que los recuerdos tienen el mismo tamaño -si es que se les pudiese asignar un tamaño físico, o mejor dicho, si es que se puede delimitar su aura-, lo que varía es la precisión. Con precisión me refiero únicamente a un carácter temporal. Es como si clasificásemos los recuerdos por su duración. Desde cinco minutos, hasta un grupo de fotos simbolizando una época -por ejemplo "nuestro primer año de noviazgo". Cuantas más fotos hay, cuanto más tiempo abarca, más chico es el universo que puede abordar, se privilegia al concepto por sobre el recuerdo.
Un caso extremo sería una foto aislada. Revisando aquel gran bodoque de fantasmas encontré una única foto. En la foto Ella está dormida, desnuda, con el pelo largo cubriéndole la cara. Creo que fue hace tres años, cuando todavía tenía el pelo largo. No quiero ser pre-juicioso, pero pareciera que las mujeres más crueles llevan el pelo corto. Volviendo a la foto. Ella está dormida, acostada, desnuda, inocente. La foto está algo gastada, así que los colores -¿los recuerdos?- parecen lavados. Ella no se despierta, parece que no quisiera despertarse. La mesita de luz sostiene un cenicero y un velador. Sobre la cómoda, un libro, joyas, algún cassette. Las sábanas desparramadas, el cuerpo descubierto y retorcido, la ventana abierta. El último verano en Flores. Mediodía, domingo. Soy yo el que tiene que limitar al recuerdo, y no es el recuerdo mismo que expresa sus límites. Pero ahí, en medio del pilón de fotos, es solo un rectángulo apenas espeso de diez por quince,compacto, con un montón de otros, dentro de una caja de zapatos. Dentro de esa caja, esta el tiempo compacto, y aunque intentase de deshacerme del tiempo, yo se que esas fotos existen, hechas humo, o derivadas a algún apartado por CLIBA. Yo se que las fotos no desaparecieron.
Pensándolo bien, si otra persona viese esta foto, no podría precisar nada de la persona retratada. Entonces, ¿hasta dónde el recuerdo no soy yo? ¿Hasta donde no estoy contaminado por esa pequeña imagen, escondida en una caja de zapatos?

domingo, 8 de agosto de 2010

Capítulo 4: El día que el tiempo dejó de pasar y de cómo las semanas siguientes fueron una elipsis.

Alargué tanto este momento que ya carece de carácter temporal. Es una foto. O una exposición. Un pasillo colmado de imágenes. Un instante quieto. El caos calmo.
La puerta cerrada, sellada. Los bolsos herméticos atesorando recuerdos, ropas, fotos. El gato duerme. El café no se enfría. Yo no me muevo, no respiro. Ella no llega. Ella no me deja. Nada termina. El libro no pasa de página. La radio no suena. 
Es un recuerdo. Un momento muerto. Asfixiado. Ahorcado. Ahogado. Asesinado. Mutilado. Sí, mutilado: dividido en varios fragmentos. 
Silencio. Un fantasma quieto. Las cortinas suspendidas. La ventana semi-abierta. Las persianas levantadas. Nadie pregunta. Nadie responde. Nadie llora. Nadie tira la toalla. Nadie sigue peleando. Sin gritos. Nadie fuma un cigarrillo. Nadie se va.
Solo.
Golpea la puerta. Dos golpes suaves, casi imperceptibles. Pretendo no oír. Golpea la puerta. Decidida. Abro. Calma. Rechaza el café. No se queda.
Solo.
Sin maletas. Sin gato. Sin sus discos. Sin sus libros. Calmo. El café no se enfría porque lo tiro. Nadie llora. Yo no lloro. Ella no discute. Ella se fue. Ella no está.
Solo. Solo. Solo.
¿Qué voy a hacer con todo ese espacio que quedó vació? ¿Donde pongo las cosas que no le dije?
Horas. Días. Semanas. Su costado de la cama sigue ahuecado y frío.

domingo, 20 de junio de 2010

Capítulo 3: No volver

Me costó mucho volver a escribir. Fue un fin de semana largo, pero me quedé en casa. No hice mucho, el tiempo me sobró. ¿Qué hacer con el tiempo que sobra? Esa es una muy buena pregunta. De más joven hubiese salido, pero ya pasó el tiempo. Pasó por mi cara, por mis manos, por todo mi cuerpo. Me erosionó, me dejó así. Con este cuerpo erosionado no puedo ir a un boliche, o a un concierto de rock. Con este cuerpo tengo que ir al teatro. Pero no puedo. Simplemente no puedo. No puedo esconderme en una caja negra, no puedo entregarme a sensaciones, a imágenes. Mi piel quedó áspera y reseca, donde antes había sensibilidad ahora hay un callo, eso me lo hizo ella. En cierto punto se lo agradezco, si superé esto puedo superar cualquier cosa.
No, ya se, no lo superé. Creo que lo que más me molesta de su ausencia es el desvanecimiento. Todo un mundo se esfuma, todo un universo roto. No, roto no muerto. Como cuando muere una persona, sí. La prosperidad no existe, es el sueño de los idiotas, la muerte es no ser. Voy a cumplir años, ya perdí la cuenta del tiempo que llevo siendo yo, el tiempo que llevo SIENDO. Morir es no ser y solo los muertos no cumplen años. Morir es la ausencia de todo carisma, de toda luz, de todo recuerdo, es la amnesia parcial que segrega un cráneo roto. La relación murió, la relación no tiene recuerdos, la relación no cumple años.
Sin embargo yo vivo, y cumplo años y recuerdo, y mis recuerdos se erosionan, se estremecen, se marchitan, se reducen, se vuelven a estremecer, y con ellos, en mi fuero, me desvanezco.
Mi recuerdo en ella es solo un mueble en una habitación abarrotada, no soy yo. Mi recuerdo es ella, y con ella se va todo. No quiero volver, lo importante es no volver. Pero esto tampoco es mejor. Yo vivo porque sufro, y me erosiono. Yo vivo entonces sufro. No se por qué me esfuerzo tanto en encontrar las palabras indicadas para reflejar un sentimiento tan complejo. No se porque revuelvo en mi cabeza, una y otra vez la misma frase: "Todo lo que fue, ahora no es, y todo lo que soy es lo que nunca va a volver a ser."
Es como si un sinfín de remordimientos me asediaran de día, de noche, en el trabajo, en casa, todo el tiempo. No solo todo eso no fue y no va a ser, sino que no quiero que sea. Me niego a revivir al niño muerto que velamos noches enteras. En medio de sexo y llantos, de cenas, cines, noches frente al televisor, noches ignoradas. Pero también, lo importante es que soy, y lo que me queda es seguir siendo hasta que el cuerpo surcado por hondas arrugas deje de ser parte de mi. Hasta que la erosión llegue a un lugar irreversible. Hasta que yo NO SEA. Y después nada. Funde a negro. Amnesia total. Un niño que nace y otro que muere.
Todo eso es lo que me atormenta, ahora empiezo a darme cuenta que no tiene tanto que ver con ella, sino conmigo, y con los años. Me preparo para lo irremediable, las valijas con su ropa esperando su visita, las dos tazas en el lavaplatos, el café reposando en la hornalla, con el departamento limpio y vacío de recuerdos. Un departamento con el cráneo roto.Mientras me digo a mí mismo, más por autoconvencimiento que por sincera convicción que "lo importante es no volver".
Ojalá hubiese estado en mi vida tan seguro de algo como creo estarlo ahora.

sábado, 8 de mayo de 2010

Capítulo 2: Donde no estás

Ya dejé lo de las fotos. Las quize quemar pero no pude. Las guardé en una caja en el armario, como un montón de libros de historia apilados en una biblioteca. Separé los discos en tres pilas, los suyos, los míos y los nuestros. Stanislavsky se queda, eso lo tengo decidido. Necesito que me levante a la mañana, que maulle por su plato de comida, que maulle por cariño. Necesito que maulle. Necesito que alguien rompa el silencio del templo vacío. Que ahuyente el aura de la uasencia de un cuerpo roto. Que ocupe su almohada, que se rasque en su silla. Necesito llenar de a poco todos esos lugares donde no está. Porque lo más desgarrador no es la soledad. Lo más desgarrador es el silencio.
Pero el silencio no es la carencia de algo. El silencio es su presencia. O más bien, la presencia del espacio vacío. Todo sería más fácil si la casa fuese más chica. Menos espacios que llenar, menos comida que no comer, menos almohadas que calentar. La presencia del espacio que circunda el aura de su ausencia. Como si hubiese un agujero negro, vacío, donde antes supo estar su cuerpo. ¿Cómo deshacerme de todo lo que lo rodea? ¿Cómo quemar un recuerdo tan grande, tan presente día tras día?
Es aterrador, sentarse frente a aquel recuerdo y mirarlo a los ojos, sentir su respiración, escuchar, ver, tocar. Todo es carencia. Pensé que lo peor iba a ser sentirme sólo. Pero no me siento sólo y eso es lo peor. Estar rodeado de ella, pegado al hábito de verla... Tan pegado, si sólo pudiera describirlo. Tan pegado que a veces volteo y por un segundo juro que esta ahí. Me despierto y la veo. Veo el lugar de mi cama donde no está. La silla en la que no se sienta. La taza que no usa. Las siestas que no duerme.
Todo es carencia, todo. El otro día serví dos tazas de café. Me gustaría decir que fue un error, pero más bien, fue un experimento. Es lo mismo, con café, sin café. Con maullidos, sin maullidos. Con fotos, sin fotos. Me pregunto si a ella le pasará lo mismo.
No, ella no tiene carencia. Yo salí perdiendo. Tengo la casa, los libros, los discos, el gato. Sin embargo salí perdiendo. Ella está libre, con lo puesto, pero libre. De mi ausencia. Ay, de mi ausencia. Cómo me gustaría ser yo el que está libre de mi. Pero no, preso, atado.
- Si me quitase los ojos, seguiría viendo. Si me perforase los tímpanos, seguiría oyendo. Porque estoy preso de un recuerdo, a los lugares donde estuviste, donde ahora no estás. Donde antes había uno, sigue habiendo uno. Con la mitad de cabezas, la mitad de brazos, la mitad de piernas. Un ser incompleto, carente, delimitado por el aura de todo lo que adolesce.
- Cambié el mensaje del contestador. La posición de la cama. La estación de la radio. No sirve. Donde no estás está tu sombra, tu recuerdo, tu fantasma. Te juro que intenté todo. Pero vos sos libre. Vos sos martir. Vos no estás. Y vas a seguir sin estar por mucho tiempo. Dos eternidades.

jueves, 22 de abril de 2010

Capítulo 1: La despedida.

Releo el pequeño fragmento de un discurso amoroso. Mientras la veo caminar, alejándose. Esta es la última vez -pienso. Y realmente espero que así sea. Antes fue amor, ahora solo quedan fotos. Promesas que no cumplimos, deseos que olvidamos, regalos que no nos hicimos. Y una sortija como el collar de un pequeño demonio escondido en mi almohada, listo para asediarme en los momentos del ensueño más pesado.
Estoy sobreactuando -pienso. Es mejor dejar de torturarme con tantas preguntas, por lo menos hoy. A partir de mañana, y los próximos -¿diez, quince, veinte, cuarenta?- días, me voy a sumir en una densa nube de melancolía, rodeada de fragmentos de un discurso amoroso. Pero hoy no. Hoy quiero celebrar el final de un ciclo. Un ciclo con cosas malas y cosas buenas. Un ciclo que me deja mucho y se lleva mucho de mí.
Levanto mi taza de café y me digo: Esta va por mí. El café está muy caliente, apenas puedo dar un sorbo. Lo dejo en la mesa y la sigo mirando, su pelo, su espalda, su silueta. Cada vez más pequeña, hasta que se pierde en el tráfico, y yo me quedo fijo en el hueco de la mesa, frente a su llave de mi departamento, donde antes solía estar ella, y ahora no está. Y me pregunto si alguna vez estuvo, y me digo que cuando vuelva voy a tener que revisar sus fotos.
No, hoy no. Mañana puede ser. Hoy no la voy a buscar, hoy voy a festejar, a celebrar el fin. Es una promesa que me tengo que hacer. Nada de fotos, y sobre todo, no empeñar el anillo hasta que la haya olvidado.
Levanto la taza de café, pero está vacía, es una buena señal, el tiempo está pasando más rápido de lo que esperaba. Pido otra taza, total hoy es domingo, no tengo apuro. Pienso en la escena de hoy, en el desayuno, en Prevert, en Barthes. Pienso en sus libros en mi biblioteca, en sus horribles estatuillas de porcelana, pienso en nuestro gato Stanislavski, en las entradas para el concierto. Basta, estoy pensando demasiado. Tomo otro sorbo de café, el último de la taza. Definitivamente el tiempo es curvo. Pago la cuenta y me voy, olvidándome su llave. Ayer cambié la cerradura.


Son las doce y media de la noche, si miro las fotos ahora no estaría rompiendo la promesa.