Ya dejé lo de las fotos. Las quize quemar pero no pude. Las guardé en una caja en el armario, como un montón de libros de historia apilados en una biblioteca. Separé los discos en tres pilas, los suyos, los míos y los nuestros. Stanislavsky se queda, eso lo tengo decidido. Necesito que me levante a la mañana, que maulle por su plato de comida, que maulle por cariño. Necesito que maulle. Necesito que alguien rompa el silencio del templo vacío. Que ahuyente el aura de la uasencia de un cuerpo roto. Que ocupe su almohada, que se rasque en su silla. Necesito llenar de a poco todos esos lugares donde no está. Porque lo más desgarrador no es la soledad. Lo más desgarrador es el silencio.
Pero el silencio no es la carencia de algo. El silencio es su presencia. O más bien, la presencia del espacio vacío. Todo sería más fácil si la casa fuese más chica. Menos espacios que llenar, menos comida que no comer, menos almohadas que calentar. La presencia del espacio que circunda el aura de su ausencia. Como si hubiese un agujero negro, vacío, donde antes supo estar su cuerpo. ¿Cómo deshacerme de todo lo que lo rodea? ¿Cómo quemar un recuerdo tan grande, tan presente día tras día?
Es aterrador, sentarse frente a aquel recuerdo y mirarlo a los ojos, sentir su respiración, escuchar, ver, tocar. Todo es carencia. Pensé que lo peor iba a ser sentirme sólo. Pero no me siento sólo y eso es lo peor. Estar rodeado de ella, pegado al hábito de verla... Tan pegado, si sólo pudiera describirlo. Tan pegado que a veces volteo y por un segundo juro que esta ahí. Me despierto y la veo. Veo el lugar de mi cama donde no está. La silla en la que no se sienta. La taza que no usa. Las siestas que no duerme.
Es aterrador, sentarse frente a aquel recuerdo y mirarlo a los ojos, sentir su respiración, escuchar, ver, tocar. Todo es carencia. Pensé que lo peor iba a ser sentirme sólo. Pero no me siento sólo y eso es lo peor. Estar rodeado de ella, pegado al hábito de verla... Tan pegado, si sólo pudiera describirlo. Tan pegado que a veces volteo y por un segundo juro que esta ahí. Me despierto y la veo. Veo el lugar de mi cama donde no está. La silla en la que no se sienta. La taza que no usa. Las siestas que no duerme.
Todo es carencia, todo. El otro día serví dos tazas de café. Me gustaría decir que fue un error, pero más bien, fue un experimento. Es lo mismo, con café, sin café. Con maullidos, sin maullidos. Con fotos, sin fotos. Me pregunto si a ella le pasará lo mismo.
No, ella no tiene carencia. Yo salí perdiendo. Tengo la casa, los libros, los discos, el gato. Sin embargo salí perdiendo. Ella está libre, con lo puesto, pero libre. De mi ausencia. Ay, de mi ausencia. Cómo me gustaría ser yo el que está libre de mi. Pero no, preso, atado.
- Si me quitase los ojos, seguiría viendo. Si me perforase los tímpanos, seguiría oyendo. Porque estoy preso de un recuerdo, a los lugares donde estuviste, donde ahora no estás. Donde antes había uno, sigue habiendo uno. Con la mitad de cabezas, la mitad de brazos, la mitad de piernas. Un ser incompleto, carente, delimitado por el aura de todo lo que adolesce.
- Cambié el mensaje del contestador. La posición de la cama. La estación de la radio. No sirve. Donde no estás está tu sombra, tu recuerdo, tu fantasma. Te juro que intenté todo. Pero vos sos libre. Vos sos martir. Vos no estás. Y vas a seguir sin estar por mucho tiempo. Dos eternidades.
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