sábado, 4 de agosto de 2012

Capítulo 9: La religión prohibida

No creo en los tacos altos. Eso es lo primero que me dijo. Bah, no. Eso es lo primero que recuerdo, yo llevaba ya meses viéndola, entrando y saliendo de la cocina, lo más probable es que lo primero que me haya dicho haya sido "¿puedo tomar su pedido?", o quizás no me tuteó, "tu" pedido, no se, seguro ni siquiera fue eso. Pero lo que me impactó, lo primero que me llamó la atención, más allá de su aspecto, de los hoyuelos en la sonrisa, los dientes blanquísimos, la melena renegrida y salvaje, etc. Lo primero que "me" dijo, saliéndose del protocolo y de su rol funcional en el teatro que montaba esa sucia cafetería, fue eso. No creo en los tacos altos. Como si hubiese una religión de mujeres congregándose, con zapatos en miniatura colgando de un rosario, como si una virgen disfrazada de madama adornara la capilla frente a la plaza de Vedia. Y ella, condenado hereje, con sus championes que le cubrían los tobillos, anarquista, desafiante, uniformada y rebelde, de chomba y delantal, como el resto de las meseras fieles, pero creciendo desde el suelo, sin plataformas.
Eso era, el sagrado suelo, besando lo terrenal y sin aires de alturismo, la simpleza y la belleza de un ser prohibido por la institución eclesiástica de los tacones. Un animal de dios, inteligente pero librado del sarcasmo. El experimento fallido, el ángel caído, el río indivisible, la plaga, la tempestad. Oh, dios, líbranos del mal y no nos caer en la tentación. Pero ahí estaba de nuevo, la sonrisa, los hoyuelos, el pelo agitándose, el número que le pedí escrito en la servilleta, y su nombre en Corintio, indescifrable, como la médica que pretendía ser (¿ya lo había decidido?), o que sería más tarde, no me acuerdo.
Y así me sumergí en ese hastiante trabajo, el del intérprete, el traductor, el paleontólogo experto en jeroglíficos egipcios. Decidí no llamarla por su nombre, de hecho -no se si esto lo sabe- no supe su nombre hasta la segunda o tercer cita, en vez de eso utilizaba los clichés habituales del estúpido Don Juan, "preciosa", "divina" y demás, y cada vez que me veía obligado a llamarla me odiaba por tener que usar esos apodos que me eran tan ajenos y para peor, a ella parecía gustarle. Ahí estaba yo, siendo alguien que no era, actuando en una cafetería muy concurrida como esos imbéciles presumidos machistas. Toda una relación erguida sobre una mentira, sobre una promesa de hombre que no tenía nada que ver con mis aspiraciones, y que no tenía nada que ver con el viejo testamento de los championes gastados.
No se por qué hoy decidí hablar más de ella que del hueco. Quizás sea que sigo creyendo en una explicación, en un camino racional, en una fórmula que explique no sólo este, sino todos los abandonos. A veces siento que me paso homogeneizando relaciones. A veces pierdo el tiempo buscando respuestas de preguntas que todavía no formulé, o que no me animo a formular. Como el gato que se persigue la cola con miedo a morderse a si mismo.
Ayer empecé a ver a alguien. Tal vez es esta génesis la que me empuja a otra génesis. Tal vez la vida sea un movimiento espiralado ¿O será que no existe nada tan mágico como la nostalgia por lo perdido?

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