¿Hasta cuándo uno tiene permitido sufrir las mismas heridas? No es que alguien venga un día y te exima del luto. O que uno pueda marcar en el calendario la fecha exacta en que se olvida una pena. Solo, se desvanece. Lenta y paulatinamente, como el humo que se eleva y se disipa. Uno debería estar capacitado para librarse de las convalecencias como se tira un diario viejo, o como se olvida un mal libro. Hay algo de todo lo que se vive que deja un residuo, después el resto son sólo fotos.
Ya hablé de las fotos, pero me gustaría destacar algo. Las fotos apiladas en el armario, como libros de historia, como viejas agendas. Tal vez, así lo veo por haber crecido ajeno al furor cibernético de hoy en día. Yo rebobinaba las películas después de verlas, daba vuelta cassettes, y sobre todo, tenía una agenda. Y las fotos, qué se puede decir de las fotos. Las fotos no son tan fáciles de borrar. Ocupan un lugar físico, existen. No se las puede eliminar, no. Las fotos transmutan, se degradan, se queman, cambian de estado, pero no desaparecen. Las fotos no emulan el recuerdo, las fotos son el recuerdo. Acá todo se vuelve confuso. ¿Hasta donde mi recuerdo es una reconstrucción de los hechos y no una reconstrucción de las fotos? ¿Al olvidar las fotos es posible quemar el recuerdo? ¿Cuanto menos fotos, más pequeño es el recuerdo?
Sobre esta última pregunta me quedo pensando. Creo que los recuerdos tienen el mismo tamaño -si es que se les pudiese asignar un tamaño físico, o mejor dicho, si es que se puede delimitar su aura-, lo que varía es la precisión. Con precisión me refiero únicamente a un carácter temporal. Es como si clasificásemos los recuerdos por su duración. Desde cinco minutos, hasta un grupo de fotos simbolizando una época -por ejemplo "nuestro primer año de noviazgo". Cuantas más fotos hay, cuanto más tiempo abarca, más chico es el universo que puede abordar, se privilegia al concepto por sobre el recuerdo.
Un caso extremo sería una foto aislada. Revisando aquel gran bodoque de fantasmas encontré una única foto. En la foto Ella está dormida, desnuda, con el pelo largo cubriéndole la cara. Creo que fue hace tres años, cuando todavía tenía el pelo largo. No quiero ser pre-juicioso, pero pareciera que las mujeres más crueles llevan el pelo corto. Volviendo a la foto. Ella está dormida, acostada, desnuda, inocente. La foto está algo gastada, así que los colores -¿los recuerdos?- parecen lavados. Ella no se despierta, parece que no quisiera despertarse. La mesita de luz sostiene un cenicero y un velador. Sobre la cómoda, un libro, joyas, algún cassette. Las sábanas desparramadas, el cuerpo descubierto y retorcido, la ventana abierta. El último verano en Flores. Mediodía, domingo. Soy yo el que tiene que limitar al recuerdo, y no es el recuerdo mismo que expresa sus límites. Pero ahí, en medio del pilón de fotos, es solo un rectángulo apenas espeso de diez por quince,compacto, con un montón de otros, dentro de una caja de zapatos. Dentro de esa caja, esta el tiempo compacto, y aunque intentase de deshacerme del tiempo, yo se que esas fotos existen, hechas humo, o derivadas a algún apartado por CLIBA. Yo se que las fotos no desaparecieron.
Pensándolo bien, si otra persona viese esta foto, no podría precisar nada de la persona retratada. Entonces, ¿hasta dónde el recuerdo no soy yo? ¿Hasta donde no estoy contaminado por esa pequeña imagen, escondida en una caja de zapatos?