Alargué tanto este momento que ya carece de carácter temporal. Es una foto. O una exposición. Un pasillo colmado de imágenes. Un instante quieto. El caos calmo.
La puerta cerrada, sellada. Los bolsos herméticos atesorando recuerdos, ropas, fotos. El gato duerme. El café no se enfría. Yo no me muevo, no respiro. Ella no llega. Ella no me deja. Nada termina. El libro no pasa de página. La radio no suena.
Es un recuerdo. Un momento muerto. Asfixiado. Ahorcado. Ahogado. Asesinado. Mutilado. Sí, mutilado: dividido en varios fragmentos.
Silencio. Un fantasma quieto. Las cortinas suspendidas. La ventana semi-abierta. Las persianas levantadas. Nadie pregunta. Nadie responde. Nadie llora. Nadie tira la toalla. Nadie sigue peleando. Sin gritos. Nadie fuma un cigarrillo. Nadie se va.
Solo.
Golpea la puerta. Dos golpes suaves, casi imperceptibles. Pretendo no oír. Golpea la puerta. Decidida. Abro. Calma. Rechaza el café. No se queda.
Solo.
Sin maletas. Sin gato. Sin sus discos. Sin sus libros. Calmo. El café no se enfría porque lo tiro. Nadie llora. Yo no lloro. Ella no discute. Ella se fue. Ella no está.
Solo. Solo. Solo.
¿Qué voy a hacer con todo ese espacio que quedó vació? ¿Donde pongo las cosas que no le dije?
Horas. Días. Semanas. Su costado de la cama sigue ahuecado y frío.